ANTONIO MARíA PEÑALOZA

A raíz de los 100 años de su natalicio

ANTONIO MARÍA PEÑALOZA: SEMBLANZA  DE UN MAESTRO IMPAR

“Yo puedo aplaudir, disfrutar y admirar  la música  de Bach, Beethoven, Mozart pero jamás amarla como amo a mi folclor musical”.  Antonio María Peñaloza (1916-2005)

Por Rafael Campo Vives

Nacido un 25 de diciembre en Plato, Magdalena, Antonio María Peñaloza es el compositor de la canción reina de nuestros carnavales, “Te olvidé” danza de garabato con letra del salamanquino Mariano San Ildefonso quien fuera un periodista hípico español experto y versado en la obra del escritor Miguel Unamuno.
Estudié folclor y arreglos con el maestro Peñaloza durante tres semestres en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico -área de música- para entonces atinadamente llamada Conservatorio de Música Pedro Biava. Siempre apoyado por el notable e irremplazable director de entonces, ingeniero Alfredo Gómez Zureck, el maestro Peñaloza fue pionero en introducir la cátedra de folclor en el conservatorio. Quienes tuvimos la fortuna  de ser sus discípulos gozamos hoy de las mieles musicales que nos aportó su sabiduría. Entre los compañeros de curso de entonces, ávidos como yo de recibir y acoger las enseñanzas de un maestro diferente e impar recuerdo a Daniel Moncada (compositor, pianista, arreglista), Eduardo Jinete ( arreglista y director de la orquesta La Renovación), José Olivares (violonchelista, arreglista), Emiro Santiago (timbalero), Gregory Mendoza(compositor, arreglista), Miguel Fernando Sánchez (compositor), Libardo Berdugo (flautista), Miguel Ángel Tapias (guitarrista), John Berman (trompista) y las cantantes Margarita Campo Vives y Gina Banfi de Abello. Pero fueron muchos más los músicos de renombre (entre otros, Justo Almario, Andrés “El Turco Gil”, Arturo López Viñas,) los que el maestro forjó con esmero, con ahínco pero siempre con el rigor, la franqueza y la espontaneidad que lo caracterizaba cuando impartía su doctrina y principios. Tal condición era parte de su talante, de su temperamento, de su anverso y reverso personal, dos habituales vocablos muy propios de su léxico cotidiano.
Por su naturaleza y carácter, el maestro Peña adolecía de una precaria pedagogía y metodología para el ejercicio de la docencia. Pero tal circunstancia era lo que menos importaba. Tanta era su reluciente y exuberante amplitud e idoneidad musical,- “estudié música en el monte”- que impartiendo sus clases pasaba fácilmente de un tema a otro; cuando quería retomar el hilo del tema inicial ni los allí presentes podíamos encarrilarlo.
Los más representativos y variados aires musicales de la región - cumbia, porro, fandango, bullerengue, gaita, entre otros- eran temas de estudio e investigación de quienes acudíamos a sus clases. Su asignatura, basada y sustentada principalmente en música vernácula, se codeaba en exigencia con los estudios de la fuga, del contrapunto, del canon y demás formas musicales del barroco y clasicismo musical.
Por su inteligencia superior y particular raciocinio, Antonio María Peñaloza fue excesivamente ocurrente, agudo y chispeante en sus conceptos. Pero también, punzante y cortante ante la insensatez, el atraso y la ignorancia: “la gente no camina pa’atrás en este país porque es Dios es grande”. Corregía con vehemencia a quienes le endilgábamos el término de “maestro” a ciertos compositores (conocidos de él) que no leían o sabían música: “maestro en qué y por qué? interpelaba inmediatamente: “no es capaz de escribir en el pentagrama una redonda ni con un vaso.”
En cierta ocasión, asistimos a clases solamente cuatro de sus discípulos. Había que preparar una obra colombiana para el recital de clausura del semestre. Decidió hacernos sobre el tablero pentagramado una pieza para un formato instrumental de flauta traversa, guitarra, violín y percusión. Tituló su pieza con el nombre de “Los cuatros amigos” dedicada a quienes allí nos encontrábamos. Recuerdo que demoró  menos de una hora componiendo y armonizando los 32 compases. Llegado el momento de la presentación y por falta de ensayos, no nos fue nada bien. Al vernos, su comentario fue: “ustedes de amigos no tienen nada! Parecen más bien, cuatro enemigos!
Antes que se conociera la importancia de la percusión en la estructura de todo buen músico, concepto muy relevante dentro de la formación musical practicado para entonces en países como Cuba, Peñaloza ya fundamentaba a su alumnado con toda la gama de instrumentos membranófonos pertenecientes a nuestra región caribe. El maestro anduvo por años recorriendo las costas del Pacifico y del Atlántico “a pie, en abarcas y en chalupa”. Conocía perfectamente los cantos anónimos pertenecientes a la tradición oral y folclórica de nuestros pueblos ribereños. Se salía de casillas y con justificación cuando posteriormente aparecían tales cantos apropiados por ciertos compositores, muchos de estos ya de renombre dentro la música nacional.
Tocaba cuanto instrumento cordófono, aerófono, membranófono e idiófono tuviera enfrente. En sus clases de guitarra y piano nos deslumbraba con su altísimo sentido armónico realizando las más complejas y enmarañadas progresiones de acordes disonantes.
Candentes y recalcitrantes fueron sus debates y disertaciones en las asambleas de Sayco en Bogotá. Varias veces fue retirado de dichas sesiones y restringida su participación debido a su posición franca y radical.  Ante el centralismo reinante, defendía con vehemencia los derechos de nuestra música y sus compositores.
El maestro sostuvo una amistad  franca y sincera con Rafael Campo Miranda compositor al que le hizo varios arreglos, entre otros, “Suspiro sabanero” hermoso porro grabado por la orquesta de Lucho Bermúdez en la voz Matilde Díaz.  De mi padre, admiró y elogió siempre su originalidad, su poesía, su inspiración y su incomparable exquisitez musical.
Peñaloza: genuino maestro que hizo época.