Por Rafael Campo Vives
Tarea nada simple representa para un músico el hecho de arreglar, transcribir o adaptar para un instrumento solista un tema musical o canción. Mucho más, si tal versión o arreglo pretende realizarse de manera erudita, docta y académica en un instrumento de estructura melódica y armónica.
En todo arreglo, proceso por medio del cual una melodía es re-creada y embellecida a través de una apreciable instrumentación se han de considerar varios aspectos. En primer lugar, un conocimiento técnico y competente del instrumento elegido que facilite una posterior ejecución fluida, ajena en lo posible a dificultades complejas que incidan negativamente en la interpretación. Posteriormente, diseñar un bosquejo de la arquitectura musical de lo que se pretende realizar utilizando variados elementos y recursos morfológicos requeridos para el arreglo.
Ahora bien. El hecho de desplazar e ignorar la letra de una canción en aras del sonido puro e instrumental obliga al arreglista a buscar los recursos necesarios que suplan, contrarresten y compensen ese componente esencial que ha sido excluido.
Históricamente, la música instrumental en oposición a la vocal, alcanzó su cenit y culmen durante el post-barroco y el clasicismo, períodos donde los grandes compositores vertieron todo su potencial creativo sacando provecho de cada uno de los instrumentos del momento. Esto dio como resultado una excepcional amalgama orquestal camerística y luego sinfónica, inigualable hasta el momento.
La música instrumental puede ser clásica, brillante, jazzística o popular. Va destinada a un público que busca un arte donde reine el buen gusto y la exquisitez atributos que antagonicen, contrarresten y neutralicen todo las sonoridades detestables y repelentes de una modernidad musical decadente.
El credo o doctrina musical sobre la cual se ha concebido el álbum discográfico “Música del Caribe colombiano para Guitarra” descansa sobre una estética que busca la belleza expresiva. Con trece obras como repertorio, este trabajo discográfico comienza con La Fantasía Caribe No. 1 basada en el popular canto vallenato “La Gota fría” compuesto hacia 1938 por el compositor guajiro Emiliano Zuleta Baquero (1912-2005).
La fantasía como forma musical, es una composición libre caracterizada más por su sentido improvisatorio e imaginativo que por una estructura predeterminada y morfológica de sus temas. Este tipo de composición permite al compositor, al orquestador o arreglista una mayor expresividad y soltura musical.
Dentro de la música del Caribe colombiano se sitúa el aire de paseo vallenato como una de las cuatro tonadas características de la provincia del Magdalena Grande. El ritmo de paseo, de tempo más ligero que el Son pero menos rápido y vivo que la puya y el merengue proviene de la simbiosis de otros ritmos circundantes como la tambora, el pajarito, la gaita y el porro, manifestaciones musicales éstas que predominaban en la zona de influencia de la ciénaga de Zapatosa ubicada entre los departamentos del Cesar y Magdalena a finales del siglo XIX. La palabra paseo comenzó a tomar fuerza cuando aparecieron en los albores del siglo XX las primeras canciones de este género que incluían un estribillo o coro. Se bailaban como su nombre lo indica, de manera paseada.
Refiriéndose a la “La Gota fría”, el notable novelista colombiano Gabriel García Márquez hizo una vez el siguiente comentario: “Para mi gusto, “La Gota fría” es una canción perfecta y modélica dentro de su género y por lo tanto un punto de referencia que no pueden perder de vista los creadores de hoy”.
Con una duración aproximada a los cinco minutos, la Fantasía Caribe No 1 sobre “La Gota fría” inaugura el álbum discográfico “Música del Caribe colombiano para Guitarra” del guitarrista Rafael Campo Vives. Esta producción ya se encuentra en el mercado nacional e internacional tanto en CD físico como en las diferentes plataformas virtuales.