Sobre la arena mojada
Y bajo el viejo muelle
La besé con honda pasión
Fue aquel un amor perdido
Perdido en la playa
Perdido en la bruma del mar.
Viejo muelle de mi puerto
Triste atracadero de pasiones
Náufragas del mar
Sé que cerca a tus pilotes
Están aún anclados
Los recuerdos de aquel amor.
Por RAFAEL CAMPO VIVES
Cuando en el año de 1956, el conjunto del maestro Juancho Esquivel y el vocalista barranquillero Humberto “Chichi” Meyer grabaron originalmente el porro “Recuerdos náufragos” bajo el sello discográfico Tropical, no imaginaron que este tema, con ligeras modificaciones hechas posteriormente por el venezolano Jesús "Chucho" Sanoja, iba a encumbrarse como uno de los emblemas musicales de de Colombia.
Fue ese año y en Caracas, cuando recibió el maestro Sanoja la versión de Esquivel debido al vínculo comercial que sostenía el propietario de Discos “Tropical” de Barranquilla Emilio Fortou Pereira con la disquera Discomoda de Venezuela. Luego del respectivo análisis morfológico de la obra, el maestro caraqueño advirtió el oculto valor que “Recuerdos náufragos” guardaba. Decidió que sería el complemento ideal o cara B del tema “Sin corazón en el pecho” del músico antillano Aurelio Machín Pérez, canción en la que tanto la disquera venezolana como el maestro Sanoja tenían fincadas serias esperanzas de éxito. Pero sucedió todo lo contrario. El disco de 78 rpm, lanzado en 1958, con novedosos arreglos orquestales y bajo el nombre de “Lamento náufrago” desplazó en popularidad y en ventas a la aludida guaracha de Machín.
“Lamento náufrago” fue compuesto por Rafael Campo Miranda entre los años de 1949 y 1950. Muchos compositores son reacios a dar fechas exactas del año de composición de una determinada obra. Una composición puede comenzar a concebirse en un momento y luego el mismo compositor, por varias razones, suspende o aplaza el proceso de creación para retomarlo posteriormente. La historia de la música está plagada de este tipo de conductas por parte de los creadores. Dentro de la música clásica o erudita por ejemplo, cuatro años entre 1738 y 1742 demoró Johann Sebastian Bach en componer las catorce fugas y cuatro cánones del "Arte de la Fuga", BWV 1080. Por su parte, el compositor austríaco Anton Bruckner (1824-1896) pasaba años trabajando en una sola sinfonía. Compuso un total de nueve.
“Lamento náufrago” fue grabado ademas, por orquestas como la Sonora Matancera, Pacho Galán, Lucho Bermúdez y La Playa, entre otras. Ha sido cantada por Chico Salas, Carlos Argentino, Marfil y Ébano, Bovea y sus vallenatos, Noel Petro, Las Emes de Colombia, Juan Carlos Coronel e intrerpretada instrumentalmente por el organista Jaime Llano González, los arpistas Juan Vicente Torrealba y Alfredo Rolando Ortíz y el guitarrista Rafael Campo Vives, entre otros.
Transcribimos a continuación la narración íntima y muy entrañable que hace el compositor acerca de cómo concibió "Lamento náufrago":
"Fue en una de aquellas luminosas noches del puerto (Puerto Colombia), cuando tuvo ocurrencia en el muelle mi afortunado encuentro con Adriana. La encontré sentada sobre un rústico escaño. Estaba en compañía de varias amigas. Por invitación mía y después de mi auto presentación ante el grupo de acompañantes, subimos todos al muelle. Adriana y yo simpatizamos a primera vista y para estrechar más los lazos de una futura amistad, acordamos citarnos al día siguiente en el balneario "Hotel Esperia". Era mi deseo mostrarle el entorno ecológico muy paisajista de Puerto Colombia pues tanto ella como yo éramos visitantes ocasionales del lugar. Confieso que al despedirme de Adriana quedé ciegamente prendado de ella. Era un mujer alta, esbelta; el color de su tez de un moreno caribeño; de mirada fija apasionante e implorante. Me fascinaba lo airoso de su talle. Al día siguiente fue nuestro encuentro feliz; anduvimos por muchos lugares aledaños al puerto. Yo le hice conocer los verdes palmares de los cerros "Nisperal", "La Risota", "El Morro". Durante estos recorridos observé que ella siempre tenía sus bellos ojos puestos en mí. Nos sentamos sobre la verde y acogedora sombra de un tupido palmar que estaba a la orilla del camino. Allí acordamos cruzar la bahía a bordo en una barquichuela a remos para llegar a Isla Verde. Caminamos a lo largo de ella. La ceñí con mi brazo derecho por su frágil y suave talle como para procurarle un punto de apoyo en su andar sobre la blanca y suave arena de los médanos. Así seguimos caminando frente a un claro y azul horizonte con lejanas gaviotas que se perdían en la lejanía. Me preguntó de manera sorpresiva, si yo había tenido en el puerto alguna aventura que contarle. No supe que responderle...enmudecí, y solo me limité a recordarle que mañana bajo el muelle hablaríamos. Ella sonrió graciosa y maliciosamente... giró su cara hacia la derecha y cuando la volvió hacia mí, yo sorpresivamente y bajo mi impulso natural de enamorado, la tomé de sus hombros y la besé; fue un beso breve pero sentí en mi boca el carmín de sus labios. Ella hizo un rápido ademán de rechazo a este mi primer beso y sin salir de su aparente sorpresa me preguntó, mirándome a los ojos y a la cara, el por qué ese ímpetu mío de besarla así. No respondí a su pregunta, sino que más bien sonreí con un no sé qué de vanidad propia de nosotros los hombres cuando vamos camino a la conquista amorosa. Después la acompañé hasta el balneario Esperia y le rogué casi amorosamente que no llevara a mal el beso apasionado que le había dado sorpresivamente. Me separé de ella ya en el hotel pero no sin antes recordarle nuestra cita para el día siguiente bajo el viejo muelle del puerto. Nuestro encuentro tuvo lugar a la hora exacta que habíamos fijado.
Eran las cuatro de la tarde y había bruma en el mar. La esperé... al fin llegó. Siempre bella y atractiva con una mochila terciada al hombro. Ya entrada la noche, resolvimos regresar a la playa para bañarnos cerca a los pilotes del muelle para cumplir así con un extraño y singular capricho de ella de que nos bañáramos bajo una noche de plenilunio. Cuando estuvimos frente a frente me echó sus brazos al cuello... y con irresistible pasión nos unimos para darnos, ahora sí, el beso de pasión y confundirnos en abrazos...arrebatados ambos por un gozo sensual y sexual indescriptible en todo sentido. ¡Allí sobre la arena mojada de la playa y bajo el muelle quedo consumada en toda su intimidad pasional-amorosa la aventura que más caló en lo más profundo de mi ser...! Y digo aventura, porque al poco tiempo de haber vivido ambos esta seductora y erótica experiencia, Adriana desapareció del puerto sin despedirse de mí...
Sin embargo, transcurridos unos tres días después de su inesperada partida, una camarera del Hotel Esperia me entregó en la playa una esquela que Adriana me había dejado para que se me entregara en la primera oportunidad. Su contenido fue muy lacónico pero sensiblemente lacerante para mí. Decía así: "Perdóname amor...no he querido engañarte. Soy una mujer ajena. Los instantes dichosos que me hiciste vivir cuan tendidos sobre la arena nos acariciábamos con tan loca y ardiente pasión, no podré desecharlos de mis recuerdos. Gracias amor...¡esos momentos de que te hablo, representarán siempre para mí, la felicidad de toda una vida!
Te besa, Adriana.